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domingo, 18 de mayo de 2008

Tú sabes mejor que yo

Tú sabes mejor que yo, que estoy envejeciendo
No permitas que me haga charlatán y sobre todo que no adquiera el
hábito de creer que tengo que decir algo sobre cualquier tema, en cada ocasión.
Libérame de las ansias de querer arreglar la vida de los demás.
Que sea pensativo pero no taciturno; solícito pero no mandón.
Con el vasto acopio de sabiduría que poseo, parece una lástima no usarla toda, pero tú sabes, que quiero que me queden algunos amigos al final...
Mantén mi mente libre de la recitación de infinitos detalles del pasado
Dame las alas para ir derecho al grano.
Sella mis labios para que no hable de mis achaques y dolores...
Ellos van en aumento con el pasar de los años, como también mi gusto por recitarlos...
Pido la gracia de poder escuchar con paciencia el relato de los males ajenos.
Enséñame la gloriosa lección de que, a veces, es posible que esté equivocado...
Mantén en mí una razonable dulzura, sé que un viejo amargado es una de las obras supremas del diablo.
Y ayúdame a extraer de la vida toda la diversión posible,que vea el lado positivo de las cosas, y divertirme: nos rodean tantas gente y cosas buenas, que no quiero perderme ninguna.

sábado, 10 de mayo de 2008

martes, 6 de mayo de 2008

Plusvalia

El telescopio.
PLUSVALIA INVERSA.

Nos decía Carlos Marx, cuando a Carlos Marx todavía le hacía caso alguien, que se llama plusvalía a la diferencia entre el valor real del trabajo realizado por un asalariado y el sueldo que recibe. Y esa diferencia constituye el beneficio del capitalista que ostenta la propiedad de los medios de producción. Sin embargo, en teoría, podría darse el caso de una plusvalía inversa, es decir, que un trabajador recibiera de su patrón un sueldo mayor que el que se merece por lo que trabaja.
Estos días, en la prensa y la radio, me he enterado de que el ex Presidente de la Generalitat Valenciana, ex senador, ex ministro, ex portavoz del PP. y ex diputado raso don Eduardo Zaplana lo deja todo y se va a trabajar a Telefónica, con unos emolumentos de dos millones de euros anuales. Sí, han oído ustedes bien, dos millones de euros, o sea unos 332 millones de pelas de las antiguas; unas 140 veces el sueldo de un mileurista. Qué quieren que les diga, no me puedo creer que nadie sea capaz de realizar un trabajo que merezca un sueldo 140 veces superior a otro. No me lo puedo creer. Es posible que, por la ley de la oferta y la demanda, haya artistas, actores famosos y grandes creadores de riqueza que obtengan ganancias similares y aún superiores; pero no llego a comprender cómo el señor Zaplana, por muy listo que sea, que sin duda lo es, pueda hacerle ganar a su empresa más de 332 millones de pesetas al año con su abnegado trabajo. Que no, que no me lo puedo creer. Que no me creo que nadie valga 332 veces más que otro. Porque yo creía, en mi ingenuidad, que, como todos somos iguales ante la ley y el voto de cada cual vale lo mismo que el de todos, en el trabajo debería ser igual.
Lo más grave de todo esto es que las empresas telefónicas ganan enormes fortunas con el rollo de los móviles y demás, fortunas que pagamos entre todos los usuarios. A partir de ahora, cada vez que vea el recibo de Telefónica me voy a acordar del señor Zaplana. Porque esos 332 millones se los estoy pagando yo… y usted, y usted, y usted.
Y es que, desde que vi cómo la Telefónica era puesta en manos de un compañero de pupitre del cole del señor Aznar, tuve el pálpito de que las empresas privatizadas, que antes eran propiedad del pueblo español, fueron regaladas a una serie de tipos listos, de esos que obtienen plusvalías inversas en las empresas donde dicen trabajar.
Yo me he pasado la vida trabajando en una empresa del Estado. Cuando nací, mi padre ya trabajaba en aquella santa casa. Yo me consideraba parte de mi empresa, como todos mis compañeros, y de vez en cuando nos fastidiaba mucho que un señorito, que nunca había dado el callo allí, fuera colocado por razones políticas a decidir la suerte de nuestra compañía. Pero el colmo fue cuando ésta fue privatizada y entregada a un señor que después, o antes, ya no me acuerdo, mandaba en la Telefónica. Porque esa es otra: esta gente vale para todo. Nosotros, los trabajadores, nos tenemos que formar y especializar, tenemos que superar pruebas para entrar en plantilla y ganar nuestro modesto sueldo, y luego llega un alto ejecutivo de estos y se pone a mandar y a cobrar barbaridades, porque para eso es un señorito, y como tal lo sabe todo. Pues bien, al señorito de turno le faltó tiempo para fraccionar nuestra empresa y venderla a accionistas extranjeros. ¿Alguien le preguntó a sus trabajadores si querían que esto ocurriera? ¿Y al pueblo español, legítimo propietario de esta compañía estatal desde hacía varios siglos, se lo preguntó alguien? Afortunadamente, cuando este triste desenlace se produjo, yo ya me había prejubilado. Nunca he tomado una decisión más sabia.
Nos dicen que vivimos en una democracia política, y es cierto, pero ¿que hay de la democracia económica? ¿Por qué el que pone dinero una sola vez manda para siempre, como accionista, y el obrero que trabaja toda la vida, no tiene ni voz ni voto? ¿Cuándo el trabajador podrá elegir a sus jefes? ¿Eso no significaría tener una mayor y más perfecta democracia? Perdónenme, es que soy un utópico y un visionario, ¿saben?
En cambio, el señor Zaplana no tiene nada de utópico; a él le va muy bien con la sociedad que tenemos, y por eso es conservador, como los demás líderes de su partido.

Miguel Ángel Pérez Oca.
(Leído en Radio Alicate el 6-5-2008)